Un brutal asesinato ocurrido en Sevilla en los años 50 dio con los huesos de tres inocentes en la cárcel. Los hombres hicieron de su calvario un acto de Fe, y asumieron su fatal destino pese a ser una injusticia. Años después, un misterioso sujeto reconoció a un sacerdote ser el asesino de las viejas estanqueras.
En julio de 1952 se cometió en Sevilla un terrible asesinato: las hermanas Matilde y Encarnación Silva Montero fueron asesinadas en el estanco que regentaban. Gracias a un supuesto soplo de un confidente habitual, la policía no tardó en encontrar a los posibles culpables: tres pequeños maleantes que pululaban por la Sevilla canalla, entre hurtos de poca monta y fracasados intentos de enrolarse en la Legión. Aunque no había ni una sola prueba que los incriminase, salvo unas contradictorias confesiones arrancadas mediante torturas, y que los tres disponían de sólidas coartadas para el día en que se cometiron los asesinatos, se les juzgó culpables del delito de robo con asesinato.
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