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martes, 12 de junio de 2012

La Desgracia de ahogarse en el siglo XIX


Todos esperamos no ahogarnos,  y si por desgracia nos ocurre, que nos vengan a salvar socorristas, pero hace unos cuantos años, casi era peor el remedio que la enfermedad, y había que pensarlo dos veces antes de entrar en el agua si no se era experto nadador. Fue en 1807 cuando se publico uno de los primeros manuales de socorrismo para ahogados en el rio o en el mar.
Aquellas personas que habían caído en el agua sin saber nadar y era sacado medio muerto, había que realizarle de forma urgente una serie de primeros auxilios. El manual de aquella época decía:
  •    Rasgar las vestiduras del accidentado y enjugar o secar su cuerpo con franelas.
  •   Tenderlo cerca del fuego e introducir aire caliente por su boca mediante una cánula.
  •   Al mismo tiempo hay que introducir humo de tabaco por su ano mediante una máquina de fumigar o fuelle, y en caso de que no se dispusiera de tal artilugio, se utilizarían un par de pipas de fumar. (Supongo que por eso casi todos marineros fumarían en pipa).
  •   Hecho esto, se darán al ahogado gotas de agua de toronjil (hierba olorosa usada como remedio terapéutico para apaciguar los nervios, también se suele utilizar para aplacar cólicos digestivos),  y se aplicarán a las plantas de los pies ladrillos calientes al tiempo que con una pluma de ave se le estimulará el interior de la boca”
Aunque parezca extraño, la fumigación de tabaco en los intestinos, a través del recto, no era una novedad. Ya a principios del siglo XVII, esta práctica era realizada por los nativos americanos en Acadia (antiguas colonias de Francia en Canadá), llenaban una vejiga de cerdo, o una tripa gruesa, de humo de tabaco y, apretándola con sus manos, la vaciaban en el intestino del ahogado mediante una cánula.

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