Violación de derechos
humanos, tortura, arbitrariedad, todo esto y más hace parte del día a día de la
sociedad venezolana. La libertad es una utopía, solo está el fantasma de Chávez
y su sucesor, Nicolás Maduro. El libertador ya lo había pronosticado en su
carta escrita precisamente desde Barranquilla al General venezolano Juan José
Flores el 9 de noviembre de 1830, manifestando su profunda preocupación por el
futuro de la Nueva Granada: “este país caerá
infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a
tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas”.
Nicolás Maduro ha creado el más cruel de los escenarios basándose
en atropellos, delincuencia organizada, terrorismo, e injusticia. Nuestros
hermanos están padeciendo en su propia casa, viendo como una lucha pacífica va
tomando tintes violentos y ante la impotencia de no poder poner a todos los
culpables en su lugar.
El gobierno de Nicolás
Maduro lejos de velar por la seguridad de los ciudadanos señala violentamente a
la oposición, siendo precisamente esta la que hace posible una democracia, en
donde todos tengan derecho a expresarse sin sentirse amenazados en su
integridad personal. El propio presidente Maduro es un reflejo del complejo de
aquellos piensan que la sociedad y Dios están en deuda con ellos, y que en
medio de su ignorancia y su desmedida brutalidad tienen el poder para decidir
sobre el futuro de un país entero. Un individuo de la calaña de Nicolás Maduro
es el claro ejemplo del odio y la carencia de valores que mezclado con un poder
corrupto puede llegar a derribar económicamente a un país rico que bien podría haber
sido una potencia latinoamericana.
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