En el otoño de 1992, luego de la extraña muerte, y ante una aparente tranquilidad, se desata el más terrible de los infiernos en casa de la familia Gutiérrez Lázaro. Máximo Gutiérrez, el padre de Estefania era un hombre escéptico, por lo que al principio no creyó en los sucesos de los cuales sus dos hijas menores y su esposa Concepción habían sido testigos. Unos gritos de mujer diciendo en tono muy alto ¡mamá!, ¡mamá!, levantan a toda la familia en plena madrugada. Al abrir la puerta del pequeño aseo comprueban que no hay nadie. Las camas están revueltas, como si alguien hubiese entrado y hubiese zarandeado todos los objetos de esa habitación, que desde la noche trágica había permanecido clausurada y habían acordado que nadie entraría en ella.
La noche siguiente, por el pasillo, se oye un soplido que conforme va avanzando hacia la puerta de los dormitorios se convierte en una risa, una carcajada que hiela la sangre a los allí presentes. Todos hablan de la "voz de un anciano". En pleno día, llegando ya el otoño de 1992, toda la familia comprueva cómo las puertas del salón se abren de par en par y cómo unos puños invisibles aporrean todas las paredes. Es tal la sensación de miedo e inseguridad que deciden, entre todos, colocar un sofá bloqueando la entrada y un pesado objeto de mármol. Cuando parece que todo ha pasado, de ese pasillo angosto y largo surge algo que, como una corriente huracanada, abre de nuevo el pomo y empuja todos los muebles hasta la pared de enfrente, tirando todos los objetos de las vitrinas. Entre ellos destaca uno de gran valor simbólico para la familia, un retrato fotográfico de Estefanía, sonriente, meses antes de su óbito. Con espanto, Concepción lo deja caer de nuevo al suelo.
Cuando Máximo Gutiérrez dedice levantarlo extrañado por la reacción de su mujer, comprueba que una llama viva está devorando parte de la imagen ¡por dentro del marco de cristal que tenía puesta la efigie! El fuego imposible, desplazándose por el rostro de la niña, reduce a cenizas parte de la fotografía en un hecho de inverosímil explicación, ya que el cristal, atornillado firmemente, no permitía la existencia de oxígeno.
Hacia el día 24 de dicho mes, las dos hermanas que comparten una habitación con literas describen una imagen que tanto para ellas como para el resto de la familia será difícil de olvidar:
"Se oyó como un silbido por el pasillo, algo que ya habíamos escuchado otras noches. De repente oímos las dos como un lamento muy cerca de la puerta del dormitorio. No podíamos ni subir una ni bajar la otra por el terror. De pronto, en el suelo notamos algo. La luz de las farolas entraba por la ventana y se veía con claridad. Por eso observamos que había alguien más allí con nosotros. ¡Creímos morir! Una cosa larga, con forma de hombre, como si un hombre se arrastrase, con la cabeza toda negra, sin ojos, sin boca, sin nada, iba con el pecho pegado al suelo, deslizándose a lo largo de la habitación. Empezamos a gritar, y justo entonces empezaron las muñecas que tenemos amontonadas en una pared empezaron a ser lanzadas contra el otro extremo con fuerza, una tras otra, y empezó a sonar todo con golpes y gritos. Cuando abrieron la puerta nuestros padres, nos encontraron encogidas cada una en su cama y todas las muñecas tiradas por el sueño, como si alguien hubiera estado jugando con ellas durante horas...".
La familia decide que la policía debe intervenir, por lo que se dirige a la vivienda de la familia Gutiérrez Lázaro el inspector jefe José Pedro Neri, quienes llegan al domicilio luego que Maximiliano Gutiérrez, un padre de familia envuelta en extraños sonidos y golpes de fondo. Son las dos horas y cuarenta minutos de la madrugada. Estando sentados en compañía de toda la familia, pudieron oír y observar cómo una puerta de armario perfectamente cerrada, cosa que comprobaron después, se abrió de forma súbita y totalmente antinatural...
Momentos después pudieron percatarse y observar cómo en la mesita que sostenía el teléfono, y concretamente en un mantelito, apareció una mancha de color marrón consistente que el Z-2 identifica como babas...
En el recorrido que hicieron por diversas habitaciones de la casa observaron un crucifijo de madera al que, el fenómeno al que estamos haciendo referencia, le había dado la vuelta, arrancándole el Cristo adherido al mismo...
Que, según manifiesta una de las hijas, tomó el Cristo del suelo y lo adhirió detrás de la puerta de la habitación junto a un póster produciéndose también de forma súbita y extraña, tres arañazos sobre el citado póster...".
Como conclusión, los cuatro agentes certificaban que allí, en la humilde casa de Vallecas, hay una serie de fenómenos de todo punto inexplicables.
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