Durante meses los
cementerios de Paris y sus alrededores fueron escenario de una espantosa ola de
violencia, profanaciones de tumbas y sepulcros, violación de cadáveres, cuyos
restos eran desparramados por el suelo, cadáveres recientes que presentaban
huellas de mutilaciones y quizás violaciones. El pánico había hecho mella de
todos los parisinos. Fue el 10 de julio cuando se abrió una investigación,
extrema vigilancia, pero aquel a quien todos conocían como “El vampiro” se las ingeniaba para no ser
atrapado cambiando de lugar de acción. Se trata del Sargento François Bertrand,
un hombrecito de constitución delgada y de carácter extraño, durante su niñez
fue reservado y solitario.
Con antecedentes de
enfermedad mental en su familia, François ya desde niño estaba poseído por un
inexplicable impulso destructivo, rompia todo lo que se le ponía por delante. Con
apenas 9 años empezó a sentir cierta inclinación por personas del sexo opuesto
y a los 13 años se desarrollo en él un intenso deseo de obtener satisfacción
sexual con mujeres, por lo que se masturbaba con cierta frecuencia, fantaseando
con una habitación llena de mujeres con quienes realizaba el acto sexual y que
mancillaba sus cadáveres. Ocasionalmente fantaseaba con hombres, pero
acompañada de una marcada repugnancia. Con el tiempo sintió la necesidad de
llevar a la práctica tales situaciones con cadáveres reales.
A falta de
cadáveres humanos, satisfacía sus impulsos con cadáveres de animales, les abría
el cuerpo, extraía las entrañas y se masturbaba al mismo tiempo. En 1846 ya no
le bastaban los cadáveres. Empezó a matar perros y a proceder con ellos de la
manera descrita, pero a finales de 1846
sintió por primera vez deseos de utilizar cadáveres humanos. Al principio no se
atrevía. Fue en 1847, al percatarse por casualidad de que había en el
cementerio una tumba con un cadáver recién enterrado, sintió esta necesidad
(acompañada de dolor de cabeza y palpitaciones) con tal fuerza que desenterró
el cadáver aunque había gente en los alrededores y corría el peligro de ser
descubierto. A falta de un instrumento adecuado para descuartizarlo, se
conformó con golpearlo furiosamente con la pala del enterrador.
Entre los años de 1847 y 1848 se vio empujado a cometer actos
brutales con cadáveres. Corriendo un peligro extremo y con las mayores
dificultades, satisfizo unas 15 veces este impulso. Desenterraba los cadáveres
con las manos y de pura excitación ni siquiera sentía las heridas que se hacía.
Una vez dueño del cadáver, lo abría con sable o navaja, le sacaba las entrañas
y se masturbaba en esta situación. Al parecer, el sexo de los cadáveres le era
totalmente indiferente. En el transcurso de estos actos se hallaba en un estado
de indescriptible excitación sexual. Tras despedazarlos, volvía a enterrar los
cadáveres.
Luego de una difícil
y traumática persecución Bertrand fue herido y apresado. Durante el
interrogatorio confesó sentir grandes tendencias necrofílicas especialmente
hacia los cadáveres de varones los que mutilaba molesto por no hallar cadáveres
de mujeres y poder así satisfacer sus
repugnantes tendencias, aunque se constató que Bertrand desenterró más
cadáveres femeninos que masculinos. Curiosamente Bertrand fue detenido solo por
un año, y durante su encierro tuvo la oportunidad de redactar algunas cartas en
donde explicaba su necesidad de “trabajar” con cadáveres y aseguro que después de
cada violación entraba en coma. Fue el 1850 cuando el cadáver de Bertrand fue
hallado, se había quitado la vida.
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