Fue en el verano de
1975, cuando la policía detuvo a Bundy por exceso de velocidad, al registrar el
interior del vehiculo fueron hallados en el maletero: esposas, pasamontañas,
barras de hierro, y unas facturas de gasolina que coincidían con los lugares y
las fechas en que las chicas habían desaparecido. No fue sino hasta febrero de
1976 cuando Bundy fue encarcelado en el estado de Colorado, y a los dos meses
logro escapar saltando desde el segundo piso de la biblioteca de la cárcel.
Luego de seis días de huir de las autoridades fue atrapado nuevamente, pero la
noche antes de acabar el año volvió a fugarse, pero esta vez a través de los
conductos del aire acondicionado, para lograr su cometido perdió varios kilos
de peso.
Luego de esta segunda
fuga Ted Bundy se convierte en presa prioritaria en la lista de los más
buscados del FBI, cruzó el país hasta llegar a la Florida, donde se dejo crecer
la barba y cambio de nombre, y comenzó de nuevo a perpetrar sus macabros
asesinatos, en esta ocasión irrumpió en una residencia de estudiantes en donde
mato a dos jóvenes, hiriendo a otras dos, y a menos de un kilómetro atacó a una
quinta víctima.
Durante el juicio,
el propio Bundy interrogaba a los testigos, lo que corroboraría que se trataba
de un perturbado mental, a pesar de que su carisma y su personalidad por
momentos morbosa atraían decenas de fanáticos que intentaban convencer
infructuosamente a los medios de la inocencia de él. Fue en 1980 cuando Bundy
fue declarado culpable no solo por los ataques de 1974 sino por más de 30
asesinatos a jóvenes estudiantes universitarias en cinco estados del país. El
jurado le condeno a la pena de muerte, pero esta sentencia no fue ejecutada
sino hasta 1989, luego que Bundy agotara todos los recursos judiciales e
incluso acudiendo a la manipulación de autoridades.
Fue el 17 de enero
de 1989 cuando la fecha de la ejecución fue anunciada, pero Bundy insistía en
continuar una lucha, usando todas sus armas que por años le habían sido de
mucha utilidad, pidiendo prorrogas para confesar sus asesinatos, coaccionando a
los familiares de sus víctimas para que abogaran por él, pero todas las
familias se negaron, era evidente que todos querían ver a Bundy muerto. Bundy
realizo ruedas de prensa durante sus últimos días, aunque no admitió todos los
cargos que se le imputaban, especialmente los asesinatos de las victimas más
jóvenes como el caso de Kimberly Leach.
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